27 julio, 2019

Guardapolvo blanco.

Estudié medicina con el entusiasmo adolescente, con apetito de saber, con mi guardapolvo balnco radiante de ilusión.
Recuerdo tan fresco aún, ese primer día en que entrabamos a la sala de anatomía, la mirada de mis compañeras, que era la misma que la mía, llena de miedo y de entusiasmo, con los guantes y el bisturi en el bolsillo de aquel uniforme que nos quedaba grande peeo que nos daba el semblante de aquello que deseabas y que aún era añoranza. Y ahí estabas en la escena cual médico queriendo curar, anhelando saber para aliviar, crecer, llegar con la imaginación a lugares maravillosos de que tu profesión sería algún día garantía de un buen vivir, y de un día a día de satisfacción por hacer lo que te gusta. Elegí una profesión maravillosa y apasionante, quizá un poco más lejos de la medicina del cuerpo anatómico y mucho más cerca del cuerpo que logramos armar desde nuestra historia, más cerca de los sentimientos y de las verdaderas causas que originan el padecimiento. Más cerca de eso. Pero el ejercicio de esta fascinante profesión se hace insoportable. Tan lejos de poder llevarla adelante con las condiciones mínimas para hacerlo, se vuelve ineficaz, obstaculizado, insostenible. Desde el lugar de trabajo que amenaza con desaparecer y al que hay que defender como al título mismo de tu saber, luchando contra los agujeros del sistema de salud que no responden cuando alguien necesita otro tipo de intervención que excede la que vos podes brindar desde tu lugar. El padecimiento de los más vulnerables de toda la sociedad, atravezados por la pobreza más cruda, no sólo la económica que los sucumbe a vivir en pensiones inhumanas con colchones pelados y agujereados sobre el piso con apenas una manta, sobreviviendo con roedores, suciedad, hambre y baños sin luz. Aún más, la carencia de familia, de amor, de un otro que no tienen y que nunca tuvieron. Así uno se encuentra pensando en como ayudarlo desde otros ámbitos e intervenciones que en general se alejan de la clínica misma. Y un sistema donde falta la capacitación en salud mental lo complica todo aún más. Como soportarlo? Me pregunto. La remuneración por tu trabajo se equipara a la de un comerciante o administrativo, que sin desmerecerlos, terminan su horario laboral y regresan a casa. Uno regresa con los cientos de pacientes en la cabeza y las posibles complicaciones de su salud dado todo lo que los atravieza desfavorablemnete. Con demandas incanzables, preocupaciones y responsabilidades. Tan solo las mañanas de lunes a viernes teñidas de esta realidad me hace el día entero mas pesado y triste. Ni siquiera el salario alcanza para tu propia vida ni para estimular tu voluntad y entusiasmo.
Me pregunto donde quedaron esas ilusiones y pienso que aún soy afortunada. Podría cambiar el rumbo de mi profesión. Yo si puedo hacerlo, pero no sin saber que hay miles de personas que no podrán en esta argentina cambiar su realidad, y eso va conmigo como una mochila llena de pena, de compromiso y de responsabilidad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario