Tomé el avión con miedo, incertidumbre y alegría. Ese viaje era el premio de tantos años de estudio, y aún así era un esfuerzo más de aquellos que habían estado ahí para que yo lo logrará. Era una continuidad de amor, de aliento, de esperanza, de deseos de que siga creciendo ahora experimentando el mundo. Del mundo que se me había revelado indiferente, dormido tantos años, postergado de mis intereses atrás de programas y de fechas de exámenes. De la maratón de estudios y finales. El viaje, ese avión, eran el comienzo de otra etapa. Despegaba a la vida adulta, mí ser había cambiado para siempre. Y aunque mí identidad sentía que era la misma, ahora además de ser mí nombre era médica. Ese boleto, era un pasaje a otra etapa, a otra vida. A mí regreso me esperaba mí primer trabajo como profesional, mí primer departamento marital sin casamiento. Me esperaban mis deseos de ser madre y de avise de vivir todo ello. Para ese viaje prepare mí valija y puse dentro de ella lo que necesitaba para más de un mes de travesía. Inocente sin saber el impacto carge también un bálsamo de biferdil para mí pelo joven, largo y lacio. No supe hasta después, que con el podía viajar a Francia cada noche en la ducha. Porque uno ignora que el presente se convierte en pasado sin que nos demos cuenta. Llegué al departamento de Elisa, en montrouye, en el primer anillo que circula París. Me sentí agenda, extraña y alucinada. El cansancio tiño todo ese tour en auto en luces y avenidas maravillosas y aunque el francés no era lo mío, ni tampoco lo es ahora, no necesitaba entender con la palabra. Todos mis sentidos captaban muy bien ese lugar que se me abría. De un mundo que despertaba, de una ciudad llena de gente nativa y otros muchos extranjeros que no había leído en los libros de clínica. Que no había imaginado en esas noches a contrareloj antes de rendir un examen. Tan lejos de ahí. Ahora estaba allí. En esa otra dimensión. Captando todo. Y el departamento de Elisa era hermoso y moderno. Tenía todo el confort que yo podía necesitar, el baño era estéticamente muy lindo y estaba tan agradecida de ser huésped de semajante atención que no quería más que agradecer en cada cosa que se me ofrecía. Y el bálsamo biferdil se acomodo en el estante del baño de Elisa casi como un objeto más, cotidiano, pero extranjero, traido de argentina. Y lo usé los días que duro mí estadía en casa de Elisa. No supe hasta después, hasta mucho tiempo después, cuando se me dio por volver a comprarlo. Fue en una visita a farmacity a compar pañales, con el cochecito, el bebé ajustado entre sus cinturones de seguridad, el bolso colgado del Barral, que permitía que mis dos manos condujeran nuestro paseo a farmacity en plena city porteña. Compré cosas necesarias para los tres cortos meses de vida de mi bebé y también para mi pelo reseco y abandonado de una madre de 90 días. Blaamo biferdil. Lo vi en la góndola. Y me lleve un pasaje a París sin saberlo. Desde entonces cada vez que lo encuentro lo llevo a mí baño, apagó la luz y siento ese miedo, esa incertidumbre esa alegria de antes del avión que me llevaría al baño de Elisa, en París, en esa ciudad que me enamoró de libertad y pan francés. Lo deslizó sobre las puntas de mi pelo ya no tan joven ni largo y estoy en el baño de Elisa, preparandonos para salir a la nuit Blanch, a la noche parisina joven llena de esplendor.
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